Erase una vez que se era,
Erase una vez que se era, una pequeña niña llamada Dalia. Esta extrovertida niña guardaba un secreto que la hacía tan especial cómo una amapola en medio de un trigal.
Mas que un secreto era un don que poseía desde que habitaba en el vientre de su madre. Su gracia consistía en conocer el secreto de la felicidad.
Dalia era generosa y compartía un poco de su magia con todos. Aunque bien sabía que sólo funcionaba con las personas predispuestas a escuchar, a ella no le importaba y se pasaba las noches rociando a sus amigos con polvo de estrellas para que se impregnaran de todas aquellas características que se necesitaban para ser feliz.
En una madrugada vestida de rojo, de esas en las que él cielo parece que va a arrancar a llorar de la risa en cualquier instante, Dalia decidió rociar a su amigo Julio con el polvo mágico. Llevaba tiempo pensando en aquella idea, quería inundar a su amigo en su mar de alegría para que pudiese ver el mundo desde el mismo prisma que ella.
Se acercó lentamente a su cama y vió como el dormía plácidamente. Llegó a estar tan cerca que compartieron por un instante el oxigeno que necesitaban sus pulmones. Sacó la bolsita azul donde guardaba el polvo de estrella y justo cuando lo salpicó en la cara..., él abrió los ojos y la miró. Julio vió algo en los ojos de Dalia que jamás había soñado ver.
Y desde aquel instante se consideró el hombre más feliz y afortunado del planeta.
Mas que un secreto era un don que poseía desde que habitaba en el vientre de su madre. Su gracia consistía en conocer el secreto de la felicidad.
Dalia era generosa y compartía un poco de su magia con todos. Aunque bien sabía que sólo funcionaba con las personas predispuestas a escuchar, a ella no le importaba y se pasaba las noches rociando a sus amigos con polvo de estrellas para que se impregnaran de todas aquellas características que se necesitaban para ser feliz.
En una madrugada vestida de rojo, de esas en las que él cielo parece que va a arrancar a llorar de la risa en cualquier instante, Dalia decidió rociar a su amigo Julio con el polvo mágico. Llevaba tiempo pensando en aquella idea, quería inundar a su amigo en su mar de alegría para que pudiese ver el mundo desde el mismo prisma que ella.
Se acercó lentamente a su cama y vió como el dormía plácidamente. Llegó a estar tan cerca que compartieron por un instante el oxigeno que necesitaban sus pulmones. Sacó la bolsita azul donde guardaba el polvo de estrella y justo cuando lo salpicó en la cara..., él abrió los ojos y la miró. Julio vió algo en los ojos de Dalia que jamás había soñado ver.
Y desde aquel instante se consideró el hombre más feliz y afortunado del planeta.
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Besos More!